
La fotografía arqueológica es documental y es científica. Desde el primer momento, los pioneros de la arqueología, por ejemplo Cabré, supieron adaptar y utilizar las ventajas ofrecidas por la nueva tecnología. En la excavación iría supliendo a los ilustradores de campo, pero no al dibujo de campo, ni tampoco al dibujo de laboratorio. Por tanto, aquellos que se dedicaban a la arqueología, más pronto que tarde, tuvieron que aprender a manejar una cámara fotográfica, de la misma manera que practicaron para asimilar las técnicas de excavación y las distintas formas de documentar el yacimiento -diarios, fichas de contextos, dibujo, etc.-. Así, cuando ponemos en marcha nuestros recursos para forman el equipo del buen arqueólogo nos hacemos con materiales para el dibujo, niveles, pequeñas herramientas para excavar, jalones, etc. y, por supuestos, una cámara fotográfica. En las décadas que precedieron a las cámaras digitales, además de los objetivos de rigor, lo básico era contar con dos cuerpos, uno disponible para el negativo en blanco y negro y otro para diapositivas.
Sin embargo, no es tarea fácil a prender, no el manejo de la cámara, sino el correcto enfoque que tendríamos que conseguir para documentar fotográficamente tanto el proceso de la excavación, como el yacimiento. Otro nivel sería la fotografía de laboratorio -de estudio- destinado a la documentación de las piezas arqueológicas. Por presupuesto, lo normal seamos nosotros mismos quienes asumamos el rol de fotógrafo de campo; por lo que es infrecuente la contratación de un fotógrafo profesional especializado en arqueología o arquitectura. Ambos sistemas presenta aspectos positivos, pero también contradicciones. Creo que el excavador que realiza sus propias fotografías tiene una gran ventaja sobre el foráneo: es un apasionado de la arqueología; conoce a la perfección el yacimiento y su proceso de excavación; constantemente está pensando en como interpretar el yacimiento; pero, sobre todo, sabe que quiere documentar y como hacerlo. Otra cuestión es nuestra habilidad para alcanzar una calidad optima. En cualquier caso, la fotografía siempre tendrá dos valores: el documental y el científico. Por tanto, la mayoría de las fotografías muestran una información impecable. Recordemos que la cámara, por muy extraordinarias que sean sus funciones, no hace al fotógrafo, sino que éste es quien debe conseguir dar vida a la máquina.
Consecuentemente, la fotografía arqueológica debe asumir una serie de cualidades. La primera aportar en doble valor documental y científico. Después debe mostrar una imagen limpia, nítida y clara. Estos tres términos parecen sinónimos pero no lo son. En ocasiones, por muchas vueltas que demos a la fotografía, no conseguimos descifrar la información contenida, por lo que pierde su principal valor: el de documentar. Sirven como ilustración, pues ratifica y demuestra nuestra interpretación del yacimiento, es un aval de la hipótesis defendida. Asimismo, nos ayuda a reconstruir el yacimiento, ya destruido tras su excavación, y a explicar, precisamente cual ha sino nuestra metodología y las técnicas de excavación empleadas. Todas estas cualidades, hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías de la información, precisamente aplicadas a la fotografía, han conseguido que la fotografía arqueológica alcance unos excelentes resultados en el proceso de interpretación e investigación de los yacimientos y de los materiales exhumados.
Sin embargo, aun queda por mencionar un aspecto. Una fotografía trasmite mejor la información si traspasa el aspecto técnico y cobra alma, adquiere vida. Una fotografía atrae el ojo del espectador, precisamente, si su contenido tiene energía. Precisamente, a partir de este instante vamos a entrar en nuestro comentario sobre la exposición monográfica dedicada a José Latova fotógrafo profesional dedicado a documentar el patrimonio histórico cultural: José Latova. Cuarenta años de fotografía arqueológica española. 1975-2014.
La exposición temporal que acoge el Museo Arqueológico Regional de Madrid está volcada totalmente a la fotografía arqueológica (ca. de 100) y ha elegido como espacio el habitual recorrido por las galerías del claustro alto. La argumentación expositiva y narrativa es muy clara: se unen el recorrido por algunos de los yacimientos más interesantes -no solo de nuestro país, también de otros lugares del plantea arqueológico, también de sus piezas- y por trabajos mas reconocidos de la labor de Latova. Además, el itinerario al ser respetuosos con la cronología, nos permite observar tanto la evolución profesional y técnica del fotógrafo, los avances tecnológicos de la fotografía y sus usos en la investigación, interpretación y reconstrucción de los yacimientos, junto a la propia evolución de las técnicas de excavación. Una curiosidad, la presencia de la fotografía en blanco y negro es testimonial. Desde el punto de vista técnico, Latova es un fotógrafo impecable, aunque parece que se siente más cómodo como profesional cuando consigue abandonar las tareas estrictamente de documentación y puede jugar con la luz y las sombras; pero sobre todo, cuando introduce la figura humana, cuando inmortaliza a los equipos de campo trabajando. Es en estos momentos cuando la fotografía adquieren alma, tiene vida, y son especialmente atractivas para el ojo del espectador. Algo muy similar ocurre cuando trabaja con objetos, distribuidos libremente sobre los soportes seleccionados, convirtiéndolos en verdaderos bodegones arqueológicos. Me permito establecer aquí ciertas similitudes entre la fotografía y la pintura.
Las fotografías seleccionadas, junto a las cartelas, se exponen sobre grandes soportes con fondo negro, que cuelgan enfrentadas, en un paralelo, a lo largo de las paredes pintadas con un tono verde. Destaca la introducción, como a modo de sombras impresas, de los perfiles de fotógrafos trabajando. Por otro lado, y con el fin de romper la monotonía de recorrido se ha creado cierta arquitectura efímera, con la colocación de falsos pilares centrales, soportes también de reproducciones de menor tamaño. En esa construcción de falsos espacios, encontraremos un techo con la reproducción de Altamira. Finalmente, alineados con las columnas, disponemos de varios expositores con algunas de las publicaciones, científica y divulgativas, que contienen materiales de Latova.
Título de la muestra: José Latova. Cuarenta años de fotografía arqueológica española. 1975-2014
Sede: Museo Arqueológico Regional de la Comunidad Madrid. Plaza de las Bernardas s/n. Alcalá de Henares
Fechas: 29 de julio a diciembre de 2014
Baquedano, E. (dir.) y Escobar, I. (coord.)
José Latova. Cuarenta años de fotografía arqueológica española. 1975-2014.
Madrid: Museo Arqueológico Regional, 2014. 383 págs.
ISBN: 978-84-451-3488-7
El catálogo de la exposición mantiene el formato tipo desarrollado por el MAR.
Al margen de los textos de cortesía, contamos con varios trabajos introductores y contextualizadores que abordan, tanto la fotografía arqueológica, como la figura de José Latova: S. González Reyero, “La fotografía como objeto. Una reflexión sobre la relación entre representación visual y discurso arqueológico” (pp.13-49); G. Ruiz Zapatero, “”Fotografía y arqueología: ventanas al pasado con cristales traslúcidos” (pp. 51-71); J. Latova, “El inicio de una aventura: cuarenta años no son nada para un caminante…” (p. 73-101); P. Saura, “En las terrazas del Tajo, en Piendo 1972-194” (pp. 103-119); B. Rodríguez Nuere y C. Martín Morales, “José Latova, fotógrafo del Ministerio de Cultura” (pp. 121-157); J.M Álvarez Martínez, “José Latova y la arqueología extremeña” (p. 159-177); F. Tarrats Bou, “Fotógrafos en el MNAT” (pp. 178-201); I. Rus, “El rigor de la emoción: José Latova y la arqueología madrileña” (pp. 203-235); y S. Ripoll López, “¡Dame un respiro!” (pp. 237-257). El catálogo de las piezas se extiende entre las páginas 259-383.